jueves, 30 de abril de 2009

El cuento final

El cura vagó por la cuidad hacia la iglesia como si estuviera aturdido. Su sotana sucia estaba rasgada por todos lados. La cara tenía sangre seca, pero no tenía evidencia de cortes. Se tambaba a través de la puerta de la iglesia, recién construida, sin fijarse en ningún elemento alrededor. Llegó a la puerta del cuarto donde los curas tenían sus conferencias. Podía oír el murmullo suave viniendo del otro lado. De pronto, el cura volvió a una escena de hace una semana. Estaba sentado en la mesa grande, hecha de madera maciza, hablando con sus iguales sobre la tarea importante que tenían que hacer. El había sido feliz cuando le seleccionaron como uno de los curas a quienes se les confió este trabajo sagrado. Ahora, él sonrió, recordando la noche antes de salir, cuando había rezado, dando gracias a Dios por permitirle ser una parte de esta misión importante.

“Padre José, ¿qué hace aquí? ¿Dónde están los otros? ¿Y porque parece que hubiera visto un fantasma?”

El cura se despertó de su ilusión. La puerta en frente de él estaba abierta y su superior estaba en frente de él con cara de confundido. Pero el cura no dijo nada. Solo continúo mirando al hombre nuevo sin verlo.

“Hemos estado preocupados por donde estaban ustedes. Nadie vino para darme un informe sobre el progreso, como lo habíamos decidido antes de que salieran. Estábamos discutiendo qué debemos hacer. ¿Por qué llegó tan pronto?”

Mientras él hablaba, condujo al padre José a una silla en el cuarto. Con la luz de las velas, todos podían ver la sangre en su cara. Todos comenzaron a susurrar rápidamente en sus sillas alrededor de la mesa. El cura que abrió la puerta regresó a su lugar el a cabecera de la mesa. Él se despejó la garganta y todos dejaron de hablar inmediatamente.

“Pues, díganos lo que pasó Padre José,” dijo el cura con una voz cariñosa, pero firme.
Y el Padre José comenzó a hablar. Les contó sobre el viaje a la selva. Sus compañeros y él buscaron a los indios los primeros días. La tercera encontraron a un grupo que parecía estar en una ceremonia religiosa. Fueron para conocer a los indios y alguien les llevó a una plataforma alta con escaleras a los lados. Mientras estaban subiendo las escaleras, vieron sangre, pero pensaron que fue de un sacrificio de animales. Pero cuando llegaron arriba se dieron cuenta de que los sacrificios fueron hachos a un grupo de humanos. El intérprete que estaba con los curas comenzó a hablar con el jefe y le dijo que eran cristianos y querían hablar con ellos sobre su fe. El jefe solo escuchó por unos dos o tres minutos. Después, los indios les ataron con cuerdo en las muñecas y continuaron con la ceremonia. El cura José miraba mientras sus hermanos y la otra gente que ya estaban allí fueron asesinados. Usaban un cuchillo afilado para sacar el corazón de los hombres mientras estaban vivos. Después, les botaron por las escaleras. Durante la ceremonia, comenzó a llover muy fuerte. También, había muchos relámpagos. Parecía que los indios temían de la tormenta. El cura y el resto del grupo usaron esto como una ventaja y corrieron por las escaleras. No les persiguieron inmediatamente, entonces el cura pudo escaparse a la selva. Allí, él caminaba por días sin comida, buscando la ciudad y la iglesia.

Cuando él terminó con el cuento, todos estaban tan sorprendidos que no pudieron decir nada. Un cura casi calvo miró al hombre a la cabecera de la mesa. “Fray André, ¿qué vamos a hacer? Todos nuestros hermanos están muertos. ¿Por qué permitiría eso el Dios?”
Fray André estaba quieto por unos minutos. Cuando comenzó a hablar, explicó a sus confiados compañeros su plan. Usarían su gran influencia en el estado para convencer a los soldados de acompañarles a la selva y encontrar a los indios otra vez. Les llevarían a la cuidad para convertirles al catolicismo y ensenarles cómo ser civilizados. Todos los curas estabab de acuerdo con el Fray. Su primer enfoque estaba mal planeado. Para salvarles verdaderamente, primero tenían que llevarles a la civilización.

Tomó pocos días juntar un grupo de hombre para buscar a los indios. Treinta hombres armados, el Padre José y algunos otros padres fueron a la selva, montados en sus caballos. Cuando llegaron al sitio donde tantos de sus hermanos fueron asesinados, los indios estaban fascinados por los caballos y las armas. Solo aprendieron del uso verdadero de las armas cuando rechazaron venir con los hombres extranjeros. Fue una matanza en el nombre de la iglesia católica. Solo unas diez personas sobrevivieron para ser arrastradas a la ciudad.

Llegaron a la iglesia y Fray André les dio lo que él llamaba “un cuarto cómodo en la iglesia.” Pero era demasiado pequeño para los diez hombres y era frío por estar en el sótano. También, eran tratados como presos porque el Fray cerró la puerta con llave desde afuera.

Cada mañana por casi un mes, un cura fue con el interprete nuevo para leerles la biblia. Después, él les preguntaba si habían aceptado las leyes de Dios, y les dijo sobre la vida que podrían tener se le seguía.

Las condiciones en la iglesia eran horribles, y por eso, uno por uno, agradecieron obedecer las leyes de la iglesia y vivir una vida de Dios solo para escaparse del cuarto que parecía un calabozo. Los otros no sabían que pasó con sus compañeros después de salir del sótano. Los curas solo dijeron que habían denunciado sus maneras salvajes y estaban viviendo una vida de fe. Al fin del mes, solo quedaba un hombre.

Este hombre se llamaba Eidu y no quería renunciar a su gente ni sus tradiciones. El cura José le reconoció como uno de los hombres que tomaba parte en la ceremonia salvaje por una cicatriz grande e intimidante en la mejilla. Por mucho que trataban de convertirle, no tenían éxito. Entonces, un día, Fray André vino al cuarto para hablar con Eidu.

“Esta es tu última oportunidad para salvarte. Has cometido pecados muy graves y no quieres arrepentirte. Entonces te conviertes al cristianismo o mueres. ¿Cuál prefieres?”

El indio no dijo nada. Solo escupió hacia el cura. Eso fue suficiente para el Fray.

“Entonces mueres,” dijo el Fray, “y Dios va a hacer el último fallo para ti.”

Entonces, el Fray salió del cuarto con el intérprete y el indio se quedó solo. Él estaba tan enojado con estos extranjeros. Nunca le preguntaron sobre sus propias creencias. Solo trataron de forzar las suyas. Y ahora iba a morir para no aceptar esas creencias raras. Pero a él, lo preferiría así, porque nunca renunciaría a lo que había conocido toda su vida. Entonces él se sentó en el cuarto imaginando cómo usaría al Fray para celebrar a sus propios Dioses si estuviera con su gente.
Él estaría en la plataforma alta y afilada. El Fray estaría con el pecho desnudo y las manos atadas. Cuando llevara el cuchillo, la luz del sol se reflejaría por todos lados. Por supuesto, el Fray tendría miedo. Y cuando sacaron el corazón del pecho, le daría una patada y caería por las escaleras. Y después, los dioses le recompensarían con cosechas ricas y…

El indio no pudo terminar su sueño. Alguien le dio un empujón con la culata de su arma. Le estaban llevando a un lugar para matarlo. Pero él se dio cuenta de lo que estaba alrededor de él. El sol le calentaba la piel. Podía oler las flores. Había aves en el cielo. El indio no escuchaba a Fray André mientras leía la lista de sus crímenes. Era como el sonido que hacen las alas de la abeja- podía oírlo solo si prestaba mucha atención. Él estaba disfrutándose con todas las cosas de la naturaleza que había extrañado estos meses en el sótano.

La muerte fue rápida. El disparo de la pistola sonó y el indio se cayó. Cuando se acercaron, pudieron ver la sangre corriendo por la cicatriz de la mejilla. Y en la boca, una sonrisa que nunca pudieron quitar de sus mentes.

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